viernes, 15 de agosto de 2014

Una entrevista de Gabriela Wiener, en La República

La República, Revista Domingo, Lima, 10 de agosto de 2014

La violencia vuelve a acechar
con otros ropajes

Alfredo Pita. Escritor y periodista. Nació en Celendín en 1948. Ha publicado cuentos y poesía. Vive en París y trabaja para la agencia AFP. Con el nuevo sello Textual ha presentado su novela El rincón de los muertos.
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Gabriela Wiener  
 
Han pasado 31 años desde la masacre de Uchuraccay y más de veinte años desde el cenit de la dictadura de Fujimori y Montesinos. En la bisagra de esos dos hechos se encuentra El rincón de los muertos, la nueva novela de Alfredo Pita, cuya escritura empezó hace diez años pero que suspendió cuando hacer ficción sobre la violencia se puso casi de moda. ¿Por qué ahora? “Poco a poco asumí que era tal vez necesario, que el Perú no había cambiado gran cosa desde la guerra interna y que había que seguir combatiendo el mal, exorcizándolo. Por eso sale ahora, porque pienso que la literatura puede contribuir, a su modo, al proceso de sanación. Al Perú hay que seguir contándole la violencia, cómo nace, cómo se desarrolla, para que no vuelva, para que se vaya, porque me parece que de nuevo acecha, con otros ropajes”.

Hay algunas similitudes entre el periodista Rafael Pereyra y tu propia biografía —como el hecho de haber sido enviado a Uchuraccay poco después de la masacre—, ¿qué tanto de reconstrucción y de memoria hay en la base de El rincón de los muertos? 
Yo soy un escritor que escribe lo que quiere, pero que lo hace como puede, verdad de Perogrullo. En el empeño uso todos mis recursos, incluida la memoria. En El rincón de los muertos parto de hechos reales, pero para triturarlos, para usarlos como materia prima de la ficción. He escrito una novela, no un libro de recuerdos ni un ensayo. Por supuesto, en mi relato hay ideas y convicciones que me son propias en algunos casos, pero no en todos. Hay muchas voces, y a veces muy discordantes.

¿Qué opinión te merece la creación de espacios como el Lugar de la Memoria, en Lima, que intentan crear un espíritu de reconciliación?   
Un memorial para recordar a las víctimas de un conflicto solo puede ser levantado por una sociedad que ha madurado y se ha alzado por encima de sus miserias. El Perú no ha hecho este trabajo, aquí sigue reinando la violencia, en particular la ejercida por los poderosos y por el Estado contra sectores de la población. Nunca como ahora la verdad ha estado tan enajenada, tan expropiada. Pienso en Cajamarca, en gente como Máxima Chaupe y su familia, en los miles de campesinos que ellos representan. ¿Dijiste espíritu de reconciliación?

Como escritor cajamarquino radicado en París, ¿de dónde te sientes más?    
Vivir en el extranjero te reafirma en tu identidad. En mi caso, en París me siento mucho más peruano, cajamarquino, celendino, y hasta escritor, que en Lima. Debe ser por rechazo a la alienación y despersonalización, que siempre amenazan. Uno ve con más facilidad lo esencial, en uno mismo, en los otros.

¿Cuál es tu posición frente al centralismo de Lima, metrópolis supuesta de nuestra literatura?
¿Lima, metrópolis literaria? ¿Qué decirte? No sé cuál es la proporción de escritores limeños y provincianos que ejercen su oficio en el Perú, pero es seguro que la mayoría está en Lima, que sigue siendo hasta ahora el centro de la cultura oficial, una cultura indigente hay que decirlo. En el Perú hay un Ministerio de Cultura, pero el Presidente lo ignora en sus balances. Ahí está dicho todo.

¿No has notado cambios en Lima durante los últimos años?
En realidad no hay que expatriarse para saber que Lima, aún invadida por la masa de provincianos que la ha trastocado, sigue fiel a sí misma, ejerciendo un centralismo asfixiante, una hegemonía que es una maldición para el país. Lima fue capital colonial y sigue comportándose como tal. ¿Debo recordarte que un candidato elegido por el pueblo de izquierda puede ser transformado en dos meses, por Lima, en pelele de las transnacionales como la Newmont o la Telefónica?

Parece que por fin se ha superado la vieja gresca entre “andinos” y “criollos”.
¿Estás segura de que ha sido superada? Lo que ha ocurrido, me parece, es que las condiciones han cambiado. Los señoritos que reinaban en la Lima letrada desde las redacciones de los viejos periódicos ahora están jubilados de sus ímpetus hegemonistas, mientras que los muchachos provincianos que reclamaban espacios ahora se los están inventando.
¿En qué bando estabas tú?
Mis simpatías, por supuesto, en la folclórica polémica, estuvo con los provincianos, pese a que tenía algunos amigos entre los criollos.

¿Cuál crees que es o debería ser ahora mismo el tema de debate principal entre los escritores peruanos?
Los escritores peruanos deberían concentrarse en desarrollar proyectos personales, abandonar todo cálculo y espíritu de capilla y, por supuesto, consolidar el reciente fenómeno de creación de editoriales independientes que se da entre nosotros. Es la única salida. La tecnología y la comunicación lo autorizan y lo permiten, ¿que más pedir?

¿Crees que los periodistas peruanos han estado a la altura de la verdad histórica?
Sí, en particular ciertos periodistas que se compraron el pleito de la búsqueda de la verdad corriendo todos los riesgos. No me lo propuse en forma consciente, pero al terminar el libro debí reconocer que había escrito una novela de homenaje a ciertos reporteros. Creo que el Perú le debe justicia a periodistas como Luis Morales, a Eduardo de la Piniella, a Pedro Sánchez, a los otros mártires de Uchuraccay, a Jaime Ayala. ¿Te parece normal que hoy sea Ministro del Interior un militar comprendido en la investigación por el asesinato de Hugo Bustíos, reportero tiroteado y volado con dinamita?

Completamente anormal y escandaloso. La figura del arzobispo de Ayacucho, Crispín, en la novela, también da cuenta del rol no siempre virtuoso de la Iglesia durante el conflicto. ¿Algún día seremos un estado laico?
Ojalá. Pero eso no viene solo. El Perú ultracatólico, con procesiones masivas y presidentes con hábito morado y besando el anillo del cardenal, es otro remanente del orden colonial. Ahora, una cosa es la Iglesia como institución y otra el espíritu de solidaridad que anida en su base. Pienso en el padre Gutiérrez, en el padre Arana que luchan por un mundo mejor. Pero son una minoría. Por el momento los negros gallinazos siguen volando sobre las torres de la Catedral de Lima.

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